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MANJARES PARA EL PALADAR
Estos son los alimentos que hacen viajar a su infancia a nuestros dos accionistas ganadores del concurso anterior. Ambos disfrutarán de una cesta del Club del Gourmet de El Corte Inglés. ¡Gracias a todos los que habéis participado!
Jamón de bellota, el alimento perfecto
ESTHER RUFO GIL
Eché los dientes agarrada a una lasca de la parte dura de varios jamones de jabugo". No es que mi padre llegara muy sobrado a fin de mes, porque yo nací antes de que él cumpliera los 24, pero era un sibarita y tenía muy claro que para un niño había dos cosas importantes: la calidad de los alimentos y una buena educación que le permitiera asomarse al futuro con seguridad. Me dio ambas cosas... y mucho más, claro está.
Gracias a él, mi alimento favorito es el jamón de bellota. Nunca olvidaré ese sabor de los jamones de mi infancia y, con el correr de los años, cuando lo encuentro en un 5J, en un Joselito o en cualquiera de los grandes jamones, con o sin marca que tenemos en nuestro país, me acuerdo de mi padre y de que gracias a él nunca tuve que usar un mordedor de silicona al echar mis dientes de leche.
Por otra parte, ya siendo adulta, descubrí que este jamón era el remedio perfecto para mis carencias de hierro y un arma letal para el colesterol malo, amén de un gran aliado del colesterol bueno. En definitiva, rico, con cualidades organolépticas excepcionales y fantásticas aplicaciones terapéuticas. El alimento perfecto.
La ensaladilla que no me gustaba
VÍCTOR ROMERA
Aquellos domingos que nunca volverán. Aquellos en los que se solía repetir la misma historia. Llegábamos al pueblo sobre las doce, mi abuelo dejaba caer una leve sonrisa por tenernos allí un domingo más. Mi abuela, agobiada porque éramos muchos y la comida y otros menesteres no podían esperar.
Y, como siempre, yo con la misma pregunta: “Abuela, ¿qué hay de comer?”. Y casi siempre la misma respuesta: “Ay niño, ensaladilla, que la paella se pasa porque tardáis mucho en llegar del vermú. Y quita de ahí, que hay mucho que hacer”. Y yo enfurruñado me iba al salón, porque otra vez había ese plato que tanto detestaba. El enfado me duraba poco porque me acababa haciendo otra cosa. Pero convencida repetía: “Es el último día que te hago sopa, este niño está muy mal acostumbrado”. Y así hasta el siguiente domingo.
Han pasado muchos años y, paradojas de la vida, hoy sí me gusta el dichoso plato, pero ya no lo hace ella. Daría mucho por volver a ser aquel niño enfurruñado y tenerla allí. Esta vez ya no me acabaría haciendo otra cosa. Y volverían los veranos en los que estábamos todos. Porque quieres hacerte mayor, pero luego lo eres y ya nada es igual. Y, de repente, la ensaladilla se convierte en tu plato favorito.
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